Había perdido el interés de escribir, desde mi última
entrada en el blog a finales del 2011 mi vida había estado por innumerables choco
aventuras, todas ellas registradas en mi cámara y otras en textos que me hacían
recordar lo bello de este país. Había disfrutado tanto en el departamento de
Putumayo en el 2012 que cuando tuve que regresar a Bogotá iba
añorar ese paraíso terrenal.
Aun así, esos bellos recuerdos los iba a guardar en
mi cabeza y aunque ya han pasado tres años, los recuerdo y los vivo como si fuera
ayer, he estado dispuesto a relatar todas las cosas que disfruté, sin embargo,
no tenía la inspiración de volver a escribir mis historias luego de la fuerte
lluvia que dañó el archivo que llevaba de esta experiencia. Si tan solo hubiera
escrito algo pequeño, ínfimo pero significativo en el blog, pero no fui capaz
de hacerlo, luego de pensar llegó la hora de reactivar tantas cosas que dejé
pendientes y por las cuales me sentía a gusto, creo que ya es hora de volver a “palabrear”
un rato.
Por cosas del destino, había dejado las chalupas, la
espesa selva amazónica y la tranquila ciudad de Mocoa, para regresar y enfrentarme
al frío de la capital, solamente para iniciar un nuevo proceso dentro de mi
profesión como docente, aunque la tarea no iba ser fácil, pensé que sería una
oportunidad para aprender y poder conocer de cerca la dura labor de trabajar
con niños y niñas. Había llegado a CIFAL hacer trabajo de acompañamiento, pensé
que iba ser fácil y sencillo, no creerán que los próximos meses serían caóticos
a medida que se iba adentrando en el trabajo social y educativo con población infantil.
Este trabajo me iba a pasar lo mismo cuando elegí estudiar
para ser docente, iba a entrar a un periodo de prueba donde evaluaría y dependiendo
de la satisfacción con el grupo, decidía quedarme o escoger otra cosa. El destino
me diría que el 2013 no era la oportunidad de regresar al hermoso departamento
de Putumayo, por lo que fue un año de constante paciencia, control de la voz y
manejo de grupos; era cierto que a diferencia de los jóvenes, trabajar con un
niño podría ser más complicado.
Empezar desde ceros con un grupo de niños puede ser
el mejor curso para un primiparo que desee entender los propósitos de la
educación, eso me pasó a mí a pesar de tener un titulo profesional y tener
experiencia en otros espacios, no puedo olvidar las veces que tuve que sacar a la
fuerza aquel joven de 12 años que no le gustaba hacer tareas, sino provocar a los
demás e incluso insultarlos. No olvidaré la vez que este joven intentó
apuñalarme con un compás, todo porque otro compañero no quería jugar con él y
lo tenía irritado, siempre es bueno decirle a los otros niños de los otros
cursos que cuando presencien una escena de groserías e insultos, siempre
entonen alguna canción para que no escuchen estas palabras de grueso calibre, que
a veces suelen oir cuando desobedecen o ven cualquier gresca en la calle.
Cualquiera que le cuente todo lo que me pasó esa
vez se va a sorprender y dirá “Me imagino que usted renunció de
inmediato”, pues no, lamentablemente al joven lo expulsaron del programa y yo seguía
normal mi rutina como docente. Es claro que si usted pierde la voz por tanta
gritadera y llamados de atención, también puede hacer uso del pito para llamar
al orden del grupo. Pudo haber sido la mejor estrategia hasta cuando uno se da
cuenta que a punta de pito no se educa a nadie. Ese fue mi primer año, había
confrontado todo lo que estudié y el sentido romántico que cultivé para anhelar
un mundo mejor, tan bellas palabras que por un momento se volvieron en un bla,
bla, bla, bla…
Sin saberlo, el destino me insistió que negara una
oferta de trabajo donde el pago era mejor en comparación al lugar donde estaba;
pa’l carajo la prueba de admisión, la entrevista individual y la entrevista
grupal, solo era cuestión de cruzar los dedos para que no me llamaran y seguir
con los niños al año siguiente.
El 2014 dos angelitos hermosos de 8 años llegarían a mi vida como si nada, sus mordiscos y patadas sutiles sería la rutina a seguir todos los días, de vez en cuando no hacían tareas, molestaban a otros, cogían a golpes las sillas y mesas. Fue un milagro que ese año no perdí la voz por gritar, me sentía más blindado que nunca para manejar situaciones, sin necesidad que los estudiantes cayeran en la retahíla de groserías, había avanzado, pero me sentía como un primíparo, todavía seguía debatiendo ese espíritu romántico por la educación, sobretodo intentar estar inmerso en el contexto social de cada estudiante, pero es complejo y es peor si la familia muchas veces no ayuda en el proceso integral de cada niño o niña.
Pero los niños y sus padres no tienen la culpa de
vivir en sitios precarios en las faldas de un cerro, muchas veces sin
oportunidades laborales, rebuscándose y tratando de sobrevivir en una gran
ciudad, por eso no les afecta en nada vivir en una zona de tolerancia o en un
inmenso inquilinato en el centro de la ciudad. Estos niños y niñas solo dedican
sus vidas a buscar la felicidad entre las tristezas que proporcionan la
soledad, el maltrato o simplemente la indiferencia de la calle. Realmente tienen
la fortaleza necesaria para enfrentar la vida, los pesimismos querrán estar ahí
para aguar las esperanzas de muchos de ellos, con esas simples pero
fundamentales lecciones me vine a dar cuenta que yo no me preparé para enseñar sino para
aprender.
En este tercer año, las cosas siguen cambiando, los
dos hermosos angelitos que se desahogaban conmigo, terminaron siendo en dos hermosos
angelitos que trabajan en paz y tranquilidad, aun me
considero un primíparo; a veces se tiene que hablar
duro y aunque me consideran gruñón todo el grupo de 2do y 3ro me muestra su amor
y cariño con una pequeña carta o un sincero abrazo.
Tal como lo había aprendido de un abuelo: siempre
estaremos destinados a caminar por la vida, hacer de ella un tejido y sobre todo
a aprender de cada cosa que nos encontremos por este camino; por eso es difícil
aceptar que los docentes no queremos aprender, que solo queremos repetir lo que
nuestros “profes” han repetido durante décadas. A veces ando en los dilemas de
la vida, a veces pienso si la mejor opción fue haberme preparado para ser
docente. Algo es cierto, ya comprobé que un docente siempre va llorar de
alegría al ver a sus estudiantes crecer para la vida. Y lo han logrado…